Los integrantes de la comunidad LGBTQ enfrentan conflictos similares a los de otros grupos humanos. Sin embargo, difieren de ellos por la peculiaridad y gravedad de algunos problemas atípicos: aquellos que son ajenos a quienes la sociedad considera vagamente como "normales". Estos "problemas atípicos" - de no ser resueltos por los miembros de la comunidad LGBTQ - les traen desdicha y disfunción en sus vidas.


Respecto a esos "problemas atípicos", la tarea de los miembros de la comunidad LGBTQ es simultáneamente simple y compleja.

La simplicidad consiste en que cada individuo debe entender y mejorar su realidad "atípica". Es importante no temer a la diferencia; ni tampoco creer que ésta lo hace peor ni mejor que nadie.

La complejidad consiste en que cada integrante de la comunidad LGBT tiene un problema único y personal que resolver; pero sin olvidar que debe ser parte funcional en el devenir social general de la sociedad donde vive.


"Si presta atención cuidadosa a su entorno, percibirá que aceptar su propia diferencia realmente significa estar a tono con la diversidad de éste. Si desea conscientemente identificarse con ese entorno, contribuya al mejoramiento de éste por medio del suyo propio."
Oliverio Funes Leal

" SI LA NATURALEZA PONE UNA CARGA EN UN HOMBRE HACIÉNDOLO DIFERENTE, TAMBIÉN LE DA UN PODER CON ELLO ”

John Fire Lame Deer líder espiritual Sioux de la Tribu Lakota



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No des causa a nadie de temerte

Los seres humanos somos, en general, una especie cautelosa, inquieta y desconfiada. Presiones evolutivas hicieron eso inevitable. Aquellos antepasados que subestimaron las amenazas de depredadores, y otros seres humanos, no sobrevivieron para transmitir sus genes. Nosotros somos los descendientes de los más temerosos que mantuvieron un ojo vigilante sobre los peligros potenciales. Como resultado, nuestro cerebro está constantemente escaneando en busca de peligros y amenazas del entorno, especialmente las amenazas sociales como el rechazo o falta de respeto. Con sólo ver un ceño fruncido, o una pizca de desaprobación, nuestros sistemas de alarma se encienden. Y cuando provocamos sentimientos de amenaza entre nosotros, nos es muy fácil empezar a chocar entre sí, mutuamente generando actitudes defensivas, vengativas, de resentimientos, rencores y enemistades.

Es por eso que he pensando mucho sobre una máxima ética tradicional que aprendí del neuropsicólogo Rick Hanson: "No des causa a nadie de temerte" Es una idea tan simple y hermosa, y es tan diametralmente opuesta a lo que la mayoría de nosotros hemos aprendido.

Por ser un niño que creció en un barrio de clase trabajadora, me enseñaron temprano que era importante crear miedo en los demás. Comprendí que, en la calle, tenía que tener una coraza. Tenía que fingir y pavonear; parecer peligroso, incluso amenazante, listo y dispuesto a luchar. Aprendí que era esencial para mi supervivencia social, y tal vez física, encubrir el hecho de que era gay; así como ocultar mi vulnerabilidad, miedo y ternura. Cuando me hice mayor, aprendí – en el mundo académico y laboral – formas más sutiles de guardarme de amenazas y establecer dominio: hipocresía, irritación, exasperación e impaciencia; tonos cáusticos, sarcásticos o degradantes; condescendencia, ridiculización, humillación y argumentación, suspiros y revolver los ojos; preguntas inquisitivas, prepotencia, y así sucesivamente.

Pero en realidad, nadie quiere vivir así. A pesar que la mayoría de nosotros – en cierto grado – pensamos que tenemos que hacerlo. He aquí una traducción moderna de un poema corto por Hafiz, que expresa otra verdad, y una visión alternativa: "Admita algo: A todos los que veas, diles: "Ámame". Por supuesto, no lo haga en voz alta, de lo contrario alguien podría llamar a la policía. Aunque, sin embargo, piense en ello, en esta gran atracción nuestra por conectarnos. ¿Por qué no ser quien vive con una luna llena en cada ojo y siempre está diciendo, con ese lenguaje dulce de la luna, lo que los ojos de todos en este mundo se mueren por escuchar?".

Tales palabras evocan un antiguo anhelo por una vida diferente, pero también generan resistencia. La primera respuesta – a cualquier sugerencia de que podemos vivir menos defensivamente – es la ingenuidad y temeridad de tal idea. El mundo es un lugar peligroso. ¿No necesitamos saber cómo defendernos? Sí, tenemos que estar preparados para hacer valer y defender nuestros derechos legítimos, y para protegernos. Otras personas no tienen que temernos para comprender que si son abusivos, o que si se rompen acuerdos con nosotros, habrá consecuencias. Pero, ¿realmente tenemos que estar armados hasta los dientes (metafórica o literalmente) con el fin de estar a salvo? Tal vez hay ventajas reales, para nosotros, si la gente que nos rodea se sienta más tranquila, más relajada, más segura, y más en paz con nosotros. Tal vez dar "el don de la valentía" a los demás es también un regalo para nosotros mismos.

¿Cómo lo hacemos? Aquí están algunas sugerencias:

Empiece por ser honesto consigo mismo acerca de sus intenciones. En conversaciones difíciles, ¿intenta estar en lo cierto, mostrar a otros cómo están equivocados, o castigar? Comprométase con metas positivas, tales como descubrir lo que realmente sucedió en una situación, ser empático, fortalecer la relación, o resolver un problema práctico.

Recuerde relajarse con frecuencia, respirar profundamente, estirarse, y dejar ir. Cuando te acercas a cualquier interacción con un cuerpo tenso, señalas a otros que problemas podrían estar en camino, y de inmediato ello mismos comienzan a tensarse. Recuerde también reducir la velocidad. Para nuestros antepasados, sucesos repentinos eran a menudo el comienzo de un ataque mortal. Es por eso que hablar rápido – disparando instrucciones o preguntas, así como movimientos bruscos – puede confundir y alarmar a otros.

Evite el lenguaje incendiario, y comprenda que incluso un poco de ira puede tener mucho alcance. Sólo una muestra de ella hace que los otros se sienten amenazados. Nótese, por ejemplo, cómo una multitud se pone tranquila de repente si todos oyen una voz airada. Entienda que su tono de voz es tan importante como el contenido de su discurso. Dele a la otra persona espacio y tiempo para hablar libremente. No haga nada para robarle a alguien su orgullo y su dignidad.

Por último, asegúrese de que sea una persona confiable, de modo que otros no teman que los va a defraudar.

Cuanto más des “el don de la valentía” a los demás, más disfrutarás de lo que los budistas llaman "la bienaventuranza de la inculpabilidad", porque sabrás que has hecho todo lo posible para reducir el miedo en otros. También notarás que empiezas a sentirte más seguro, porque cuando los que te rodean se sientan seguros, ellos serán menos propensos a darte causa para temerles.

Traducido del inglés al español por Oliverio Funes Leal.


Tom Moon, MFT
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